Ruta arqueológica
Diversas han sido las épocas de la historia que han transcurrido por la playa de Sant Jordi d’Alfama. Des de la época pre-imperial Romana, pasando por la época medieval con la creación de la orden de Sant Jordi de Alfama, la construcción del Fortín militar al siglo XVIII y finalmente la guerra civil.
Esta ruta transcurre íntegramente, por la zona de la playa de Sant Jordi y de sus inmediaciones, como Marina Sant Jordi por visitar el tramo de Vía Augusta y el puente de de los Rivellets para entender uno de los mecanismos de construcción de la nombrada vía.
Fortín Militar de San Jorge de Alfama
El fortín militar de San Jorge de Alfama data de la primera mitad del siglo XVIII. Éste fue construido para dar cobertura de defensa a la línea de costa contra la piratería. La arquitectura sigue el estilo marcado por el ingeniero Sébastien Le Prestre de Vauman, quien fue nombrado por el rey Luis XIV ingeniero mayor del ejército francés y posteriormente mariscal de Francia. Aunque la construcción del fortín militar es posterior a la muerte de Vauman, la fuerte influencia que tuvo con diversas construcciones militares hizo que su legado perdurase. A pesar de la importancia estratégica del sitio, no fue hasta el reinado de Carlos III cuando se ordenó la construcción del fortín. El edificio es una construcción semicircular, con dos plantas en la que la parte inferior se destina a los usos de la vida diaria. Ésta está compartimentada en diferentes salas y habitaciones, en las que se ha podido identificar la sala de las cuadras y la del cuerpo de guardia. La parte superior del fortín estaba destinada a la vigilancia y defensa, que se hacía con cañones.
Torre óptica
El funcionamiento de las torres ópticas se fundamenta en el código Mathé, que consistía en la combinación de seis esferas insertadas en una de sus respectivas barras verticales situadas arriba del todo de una torre y que se podían divisar desde la otra torre. Dado el importante papel estratégico del telégrafo, las líneas y las torres se organizaron militarmente por provincias. Cada estación contaba con dos operarios y un auxiliar, que iban alternándose de sol a sol, haciendo guardias para vigilar las torres anterior y posterior. Los mensajes, normalmente de cariz militar, eran copiados de torre en torre sin que los operarios conocieran su significado. Utilizaban un lenguaje encriptado muy complejo y basado en un libro de códigos que sólo estaba a disposición del comandante de la línea. En el mensaje se enviaba el número de página del libro y un código alfanumérico que hacía referencia a una palabra o expresión. La distancia entre torres oscilaba entre 10 y 15 kilómetros; las torres fortificadas eran de planta cuadrada con tres alturas y llegando hasta los 8,5 metros. La base ataludada de 6,4 x 6,4 metros contaba con un grueso muro de hasta 95 cm, quedando en el interior un espacio también cuadrado de 4,3 x 4,3 metros. La planta inferior no contaba con ninguna puerta; el acceso se efectuaba por la primera planta con una escalera de mano que podía ser retirada en caso de peligro. El telégrafo óptico estaba formado por 4 paneles metálicos dispuestos verticalmente formando una cruz, cada uno de ellos con tres franjas, separadas entre ellas a una distancia equivalente al triple de la longitud del indicador, que era un cilindro que se desplazaba por el vacío que formaban los paneles. En uno de los laterales había una bola que se desplazaba verticalmente, y dependiendo de su posición respecto a las franjas de los paneles indicaba un código relativo al servicio de línea: avería, interrupción del mensaje, prioridad, etc. El cilindro interior o indicador era movido mediante una polea graduada situada en el interior de la torre. La posición indicaba un código relativo a la información que se tenía que transmitir. El tramo de Valencia-Barcelona comprendía 30 torres, que se ampliarían con la conexión con los ramales de Tarancón en Conca y con las 17 torres de la Junquera. Ésta sería la número 48. Sin embargo, a pesar de prolongarse su construcción hasta 1850, el servicio nunca se llegó a poner en funcionamiento, aunque los trayectos Valencia-Castellón y Barcelona-Tarragona funcionaron de forma no oficial.
Castillo medieval de Sant Jordi d'Alfama
Después de la derrota de los árabes de Tortosa en manos del conde Ramón Berenguer IV, las tierras y la costa del desierto de Alfama no eran una zona de paso segura para los nuevos conquistadores y colonos cristianos, atacados constantemente, por tierra y por mar, por las tripulaciones de las naves sarracinas que solían refugiarse con frecuencia en las calas de esta costa. Pere II ideó y fundó la orden de nueva planta para la defensa del territorio costero. La fundación de la orden de San Jorge aconteció el año 1201; a la vez, el rey hizo la entrega de tierras y bienes al templario Juan de Almenara, que actuó como limosnero y administrador real con el encargo de recoger fondos para la construcción de una fortaleza. El castillo aguantó con sus momentos de plenitud y de miseria durante trescientos años. Durante el periodo de la Guerra de los Segadores, el año 1650, las naves castellanas abatieron a cañonazos las viejas paredes del castillo para que no fortificasen los franceses que acababan de ser expulsados de la ciudad de Tortosa.
La historia antigua de la zona
El espacio que nos ocupa ha sido desde tiempos antiguos un enclave estratégico muy importante. Muchos indicios nos explican la importancia de este enclave incluso con anterioridad a la colonización del Imperio Romano. La zona de San Jorge de Alfama presenta unas características geomorfológicas que la hacen especialmente atractiva para la navegación. La presencia de la lengua de tierra que se introduce hacia el mar y la forma de refugio que adopta la playa, junto con la presencia de brotaduras de agua dulce, tal y como el nombre de Alfama indica (Alfama deriva del árabe y su significado es agua apta para el consumo) y el hecho que la Vía Augusta pase por la zona, hacen del lugar un enclave perfecto para la navegación comercial. Diversos indicios, como la presencia de materiales cerámicos en superficie, sobre todo restos de ánforas de la época republicana, pequeños fragmentos de vajilla de producción campaniana, monedas y otros elementos nos muestran una ocupación ininterrumpida del espacio entre el siglo III-II aC y hasta el último cuarto del siglo I dC, con una presencia intermitente durante el Bajo Imperio Romano. Para entender mejor la actividad en la zona hace falta interpretar este punto en un contexto de territorio más amplio y no tratarlo como un yacimiento alejado. El hecho de la existencia de un camino que ata el antiguo camino de Gavadá con el municipio de Tivisa y la zona del Ebro, hacen pensar que el espacio actuaba como un punto de carga y descarga de material cerámico fabricado en la Aumedina de Tivisa.
Vía Augusta
Horno de cal de los ribelletes
Los usos de la cal han sido desde la antigüedad muy variados, ya los romanos mezclaban la arena, la ceniza y las gravas obteniendo el que denominaron “Opus Caementicium”, lo que hoy en día conocemos como el hormigón. Aparte de la elaboración de mortero o argamasa para la construcción, se han utilizado para la pintura de murales al fresco como pintura para encalar los edificios, entre otros usos en los que se incluyen propiedades curativas. En este caso que nos ocupa podemos ver parte de la estructura de un horno de cal que, por su morfología, hace pensar que su origen es la construcción del tramo de vía que podemos encontrar en la urbanización de Marina San Jorge. Los hornos de cal se llenaban en el centro con leña y material de combustión que se irá reponiendo durante todo el periodo que dura la producción de cal. Por encima de la leña se construye una cúpula con piedra calcárea. El horno llega a unas temperaturas próximas a los 1000 grados centígrados produciendo un material cáustico que mezclado con el agua se convierte en cal apagado o hidróxido de cal.